designado una vez, algo ligeramente, el golfo de Botuia. Esta opinión, bastante pueril, era, sin embargo, la que más acertada me parecia al contemplar aquel sitio; y como se lo manifestase asi á mi interlocutor, sorprendióme bastante oirle decir que, si bien este era el parecer de los noruegos en general, él no pensaba así. Añadió que no podía comprender semejante idea, y al fin convine en lo mismo, pues por concluyente que sea en el papel, se hace de todo punto ininteligible y absurda junto al trueno del abismo.
—Ahora que ya ha visto usted el torbellino—dijome mi compañero—si quiere que nos deslicemos detrás de esa roca, colocándonos de modo que se amortigüe el estrépito de las aguas, le referiré una historia, suficiente para convencerle de que debo saber alguna cosa del Moskoe—Strom.
Me situé como indicaba, y comenzó en estos términos: —Mis hermanos y yo poseíamos en otro tiempo un sueche aparejado de goleta, de setenta toneladas poco más o menos, del cual nos servíamos para pescar generalmente entre las islas situadas más allá de Moskoe, cerca de Vurrgh. Todos los violentos remolinos del mar dan abundantes peces, con tal que se llegue en tiempo oportuno y se tenga el valor necesario para arrostrar la aventura; pero de todos los hombres de la costa de Lofoden, sólo nosotros tres nos atrevíamos á ir á las islas. Las pesquerías ordinarias están mucho más abajo, hacia el sud. Allí se puede coger bastante á todas horas, sin mucho riesgo, y naturalmente esos parajes son preferidos; pero los sitios mejores, por aquí, entre las rocas, no sólo dan el pescado de mejor calidad, sino también mucho más abundante, tanto que con frecuencia cogiamos en un solo día lo que los más tímidos no hubieran reunido todos juntos en una semana. Como esto era una especie de especulación