primera era que, por regla general, cuanto mayores eran los cuerpos, más rápidamente descendían; la segunda que, dadas dos masas de igual volumen, la una esférica y la otra de cualquiera forma, la velocidad era más considerable en la esfera para la bajada; y la tercera que, de dos masas de igual volumen, una cilíndrica y la otra de forma distinta, fuera cual fuese, el cilindro se hundía con más lentitud.
Después de mi salvación conversé algunas veces sobre el particular con un anciano maestro de escuela del distrito, y él fué quien me dió á conocer las palabras cilindro y esfera, haciéndome una explicación sobre esto; de la cual no recuerdo una palabra. Díjome que lo que yo había observado era consecuencia natural de la forma de los restos flotantes, y demostróme cómo un cilindro, girando en un torbellino, presentaba más resistencia á la succión y no era atraído con tanta facilidad como un cuerpo de otra forma y de igual volumen (1).
Una circunstancia importante daba gran fuerza á estas observaciones, aguijoneando en mí el deseo de comprobarlas, y era que á cada revolución pasábamos por delante de un barril, de una verga ó un mástil de buque, cuyos objetos, que flotaban á nuestro nivel cuando por primera vez abrí los ojos para contemplar las maravillas del torbellino, estaban ahora situados sobre nosotros, pareciendo no haberse movido de su primera posición.
No vacilé más tiempo sobre lo que debía hacer: resolvi atarme con toda confianza á la barrica á que estaba abrazado, largar el cable que la sujetaba y arrojarme al mar. Esforcéme entonces para llamar la atención de mi hermano sobre los barriles flotantes, junto á los cuales pasábamos, é hice todo cuanto estu(1) ARQUÍMEDES.—De incidentibus in fluido.