Página:Horacio Kalibang o Los automatas - Eduardo L. Holmberg.pdf/13

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido validada
— 11 —

—¿Qué acontecimiento? lee esta carta.

Y entregándome la de Baum, la leí agradablemente sorprendido, segun juzgó mi pariente: primero, por el anuncio de una obra tan grande como era la fabricacion de un cerebro, y segundo, porque yo bien sabía que Horacio Kalibang no era sinó un autómata; no pudiendo explicarme, por cierto, cómo había pasado ello desapercibido para mi primo.

Despues del almuerzo, conversamos largamente sobre los últimos descubrimientos de los fisiologistas, y llegamos al resultado siguiente:—Si Oscar Baum, para muchos, ha emprendido un desatino, para pocos, no puede negarse que las probabilidades de éxito se encuentran á su favor.

A las dos de la tarde, el Burgomaestre, á quien acompañaba yo, entraba en casa de Oscar Baum.

—Está el Sr. Baum?—preguntó á un individuo alto que salió á recibirnos.

—Pase Vd. adelante, señor Burgomaestre.

—Esa no debía ser la respuesta,—dijo Hipknock,—somos dos.

—Pariente, ¿no vé Vd. que es un autómata? Esa respuesta prueba, por lo menos, que Vd. era esperado solo.

—Entónces estoy ciego, porque no he podido reconocerlo.

Al entrar en el salon, un indivíduo rúbio, con anteojos azules, se levantó de una silla, en la que estaba sentado, y dirigiéndose al Burgomaestre, le extendió la mano.

—El Sr. Burgomaestre Hipknock?—preguntó.

—Para servir á Vd. ¿Es con el señor Baum con quien tengo el honor de hablar?

—El honor es para mí, caballero. Me he tomado la libertad de invitar á Vd., porque antes de lanzar al mundo mis obras, deseo conocer la impresion que le causan.

—Terrible, Señor Baum, terrible! Horado Kalibang me ha producido toda la ilusion de un hombre vivo, y, á no ser por una circunstancia especial, aún guardaría su misterio.

—Horacio Kalibang es el más imperfecto de todos, pero llama mucho la atencion, porque camina fuera del centro de gravedad.

—Nada más que por eso?

El Señor Baum guardó silencio.

Sus ojos hicieron una revolucion en las órbitas, sus lábios se apretaron, sus brazos cayeron inertes, mientras que una de sus piernas, por no sé qué movimiento de resorte, se desprendió de su cuerpo y cayó al suelo.

El Burgomaestre dió un salto sobre su asiento.

Por mi parte, prorumpí en una carcajada tremenda. Mi pariente no había reconocido que conversaba con un autómata. Verdad que está ya algo corto de vista.

Donnerweter!—dijo una voz, en la pieza inmediata, cual si la ira le hubiera arrancado aquella expresion poco amable, y abriéndose una puerta, el Burgomaestre vió aparecer otro indivíduo, idéntico al que acababa de deformarse, que acercándose á mi pariente, le dijo:

—Disculpe Vd., señor Burgomaestre, esta segunda libertad que me he tomado, de hacerme representar por un autómata: pero no dudo que ya lo estaré, porque la excelencia de la obra, rápidamente construida, es una garantía de mi respeto por Vd.