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Acta Apostolicae Sedis - Comentario Oficial

"La fe viene de la predicación, y la predicación a través de la palabra de Cristo"[1]. De hecho, dado que por disposición divina las cosas se preservan por las mismas causas que las generaron, es evidente que la ley divina continúa el trabajo de la salvación eterna a través de la predicación de la sabiduría cristiana; y en ella se cuentan aquellas cuestiones de suma importancia que, por tanto, merecen todo nuestro cuidado y preocupación, especialmente si se ve que, de alguna manera, han perdido su autenticidad original, con detrimento de su eficacia.

Y esto es precisamente, venerables hermanos, lo que, en estos tiempos, se añade por encima de los demás a los diversos males que nos afligen. Si observamos cuántos son los que deben ser predicados, los encontramos en un número que quizá nunca fue tan grande. Pero, si al mismo tiempo, consideramos cómo son las costumbres públicas y privadas y las leyes que gobiernan a los pueblos, vemos todos los días el desprecio y el olvido de todo concepto sobrenatural; languidece el vigor severo de la virtud cristiana y, más aún, cada día se retorna a la indigna vida pagana.

Ciertamente, muchas y variadas son las causas de estos hechos: sin embargo, nadie puede negar que, lamentablemente, los ministros de la palabra no son suficientes para suministrar las medicinas para estos males. ¿ES quizás que la palabra de Dios ya no es como el Apóstol llamó viva, eficaz y más penetrante que una espada de dos filos? ¿Quizás con el tiempo y con el uso se melló la espada? Ciertamente es culpa de los ministros, que no pueden manejarlo, si a menudo pierde su fuerza. Tampoco se puede decir realmente que los apóstoles encontraron tiempos mejores que los nuestros, como si el mundo en ese momento fuera más dócil al Evangelio o menos alborotado a la ley de Dios.

Por lo tanto, conscientes del deber que el oficio apostólico nos impone y movidos por el ejemplo de nuestros dos predecesores inmediatos, creímos, en un asunto de tanta importancia, que deberíamos poner toda la diligencia para que, en todas partes, la predicación de la palabra divina vuelva a la norma dada por Cristo y las leyes eclesiásticas.

  1. Rom. 10, 17.