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Acta de Benedicto XV

¡Y acaso no hay algunos de esos declamadores! Principalmente ¿por qué se dejan llevar? Algunos por la avaricia de la gloria humana y para satisfacerla «tratan de decir cosas más altas de lo adecuado, generando en las inteligencias débiles admiración por ellos mismos, no operando su salvación. Se avergüenzan de decir cosas humildes y sencillas, para que no parezca que solo saben esas cosas... Se avergüenzan de dar leche a los infantes»[1]. Cuando el Señor Jesús, por la humildad de los oyentes, quería mostrarse como aquel que se esperaba: Los pobres son evangelizados[2], ¿qué cosas no maquinan estos hombres para obtener renombre al predicar en los púlpitos de las grandes ciudades y de los principales templos? Y puesto que entre las cosas reveladas por Dios hay algunas que atemorizan la debilidad de la corrupta naturaleza humana y, por lo tanto, no son adecuadas para atraer multitudes, cautelosamente no hablan y tratan temas en los que, salvo por la naturaleza del lugar, nada hay sagrado. Tampoco es infrecuente que, en medio de un discuso sobre las verdades eternas, se deslicen a la política, especialmente si algo de este tipo fascina fuertemente las mentes de los oyentes. Esto solo parece ser su preocupación: complacer a los oyentes y complacer a aquellos que, según San Pablo, tienen el prurito de oir novedades[3]. De ahí ese gesto, no tranquilo y serio, sino como se suele actuar en un escenario y en mitín; de ahí esas patéticas modulaciones de voz o la trágica impetuosidad; de ahí esa forma de hablar propio de la prensa; de ahí esa abundancia de citas extraídas de escritores impios y acatólicos, y no de las Sagradas Escrituras o de los Santos Padres; de aquí, finalmente, ese dar tantas vueltas con las palabras que encontramos en la mayoría de ellos y que sirve para embotar los oídos y mover a admiración a los oyentes, pero no les proporciona nada bueno para llevar a casa. Es realmente increíble cuántos predicadores caen en este engaño. También obtienen el elogio de los tontos, a quienes buscan con tanto esfuerzo y no sin profanación; pero ¿vale la pena, cuando con esto encuentran el reproche de todos los sabios y, lo que es más, el juicio tremendo y severísimo de Cristo?

  1. Gillebertus Ab., In Cant. Canticor. serm. XXVII, 2.
  2. Matth., 11, 5.
  3. 2 Tim., 4, 3.