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Página:In hac tanta.pdf/7

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Acta de Benedicto XV

y finalmente rogarle, «como se les dijo que hicieran, que su devoto siervo aún pudiese disfrutar de la amistad y la comunión con el santo Pontífice y con toda la Sede Apostólica»[1]. El Papa acogió amablemente a estos enviados y, después de haber otorgado nuevos honores a Bonifacio, entre los cuales «el palio del arzobispado, los envió con honor a su tierra natal con regalos y numerosas reliquias de santos». Después de estas demostraciones de afecto, apenas es necesario decir «cuán agradecido y gratificado estaba Bonifacio por el favor de la Sede Apostólica hacia él, tan privilegiado por la misericordia divina»[2] Adquirió más fuerzas para enfrentar empresas enormes y muy difíciles: construir nuevos templos, hospicios, monasterios, aldeas; viajar nuevas regiones para difundir el Evangelio; establecer diócesis nuevas y bien definidas de acuerdo con las normas; reformar las antiguas erradicando sus defectos, cismas y errores; en todas partes sembró las semillas auténticas de la fe y la vida cristiana, los dogmas correctos y las verdaderas virtudes; para enseñar la civilización a las poblaciones bárbaras, a menudo ferozmente crueles, también haciendo uso de numerosos colaboradores formados por él en la piedad, y muchos de sus compatriotas llamados desde Inglaterra.

Por lo tanto, en medio de esta actividad febril, además ya ennoblecida por muchas empresas atroces y santas, teniendo que luchar simultáneamente contra la persecución, la adversidad y la angustia, a pesar de la edad que pedía descansar después de tales esfuerzos incesantes, no solo no se glorió ni se permitió descansar, sino que observaba y ponía en obra continuamente las órdenes y las disposiciones del Papa. Por lo tanto, «dada su familiaridad con el Santo Pontífice y con todo el Clero, vino a Roma por tercera vez, acompañado por sus discípulos, para tener una conversación reconfortante con el Padre apostólico y recomendarse a las oraciones de los santos, sintiéndose ahora. en la vejez»[3].  

  1. Vita S. Bonifacii, c. VIII, 25.
  2. Ibíd., C. VIII, 25 y ss,
  3. Ibíd., C. IX, 27 y ss.