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Acta de Benedicto XV

sino también el compendio de las leyes divinas que deben presidir el ordenamiento y la administración de los Estados; de hecho, Alighieri no era un hombre que, para engrandecer su tierra natal o complacer a los príncipes, pudiese sostener que el estado puede ignorar la justicia y los derechos de Dios, pues sabía perfectamente que el mantenimiento de estos derechos es el principal fundamento de las naciones.

Indescriptible es por esto, el gozo que proporciona la obra del poeta; pero no es menor el beneficio que de él obtiene el estudioso, perfeccionando su gusto artístico y ardiendo con celo por la virtud, con la condición, sin embargo, de que esté libre de prejuicios y abierto a la verdad. Pues mientras que no es escaso el número de buenos poetas que combinan lo útil con agradable, es singular en Dante el hecho de que, fascinando al lector con la variedad de imágenes, con la intensidad de los colores, con la grandeza de las expresiones y pensamientos, despierte y atraiga al amor de la sabiduría cristiana; y nadie ignora que él mismo declara abiertamente que ha compuesto su poema para darles a todos un alimento vital. Así sabemos que algunos, incluso recientemente, alejados, pero no en contra de Cristo, estudiando la Divina Comedia con amor, por gracia divina, comenzaron primero a admirar la verdad de la fe católica, y terminaron después arrojándose con entusiasmo al seno de la Iglesia.

Lo que hemos dicho hasta ahora es suficiente para demostrar cuán apropiado es que, con motivo de este centenario que afecta a todo el mundo católico, cada uno alimente su celo para preservar esa fe que por su propia virtud, nunca en estos tiempo como en Aligheri, se reveló como impulsora de las bellas artes. De hecho, en él no solo se debe admirar la suma altura del genio, sino también la inmensa amplitud de los argumentos que la divina religión le ofreció a su canto. Si la naturaleza le había proporcionado un talento tan agudo, refinado en el largo estudio de las obras maestras de los antiguos, adquirió mayor agudeza, como hemos dicho, de los escritos de los Doctores y Padres de la Iglesia, lo que permitió que su pensamiento y su mente se pudiese elevar