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UN VIAJE AL PAIS DEL ORO 163

ojos, hasta que nos hubimos internado en las tortuosas callejuelas de Yanahuara.

A vueltas de mi pena, pensaba con estrañeza en el adios lacónico que mi madre dió á Samuel, absteniéndose de recomendarle su hijo. Pobre madre! El tiempo me hizo ver que ella sabia cuán inútil era todo eso con aquella alma de piedra.

Un mes mas tarde, nos hallábamos establecidos en Valparaiso, y el almacen de Samuel Tradi gozaba de gran reputacion. El hijo de Israel poseía por línea recta la ciencia de los negocios lucrativos. Sin descuidar en lo menor las valiosas especulaciones de la joyeria, descendió al tráfico de víveres : compró un buque, y se dió al comercio de cabotage asociado á un piloto, compatriota suyo: David Isacar, judio célebre, verdadera estampa de bandido, piel tostada, y ojos torvos de traidora mirada.

Entre David y Samuel existian relaciones de larga data, interrumpidas en otra parte, y reanudadas un dia, en un repentino encuentro sobre la playa de Valparaiso.

Aquellos dos hombres, en apariencia tan diferentes, tenian sin embargo un punto de semejanza que constituia en ámbos el fondo de su ser: la codicia. Pero á este sentimiento que, como todas las malas pasiones, debia separarlos mezclábase algo misterioso