UN VIAJE AL PAIS DEL ORO 189
inspeccionando los heterogéneos grupos que la llenaban. Aquí un corro de fumadores, yankees, estirados en mullidos sillones; y los piés sobre una mesa, enviaban al aire en perfumadas espirales el humo de sus habanos; allí, sobre los cojines de un divan, un congreso femenino discutia á media voz, sobre modas y saraos. Mas allá, en medio de un círculo de curiosos, sosteníase con encarnizamiento una partida de ajedrez. Mas léjos, aún, el ruido fatídico del cubilete, ajitado por manos calenturientas, anunciaba el juego supremo, el terrible monte.
Detuvímonos á contemplar este grupo.
Componiánlo, el capitan del vapor, dos canadenses y un mejicano. El juego se hallaba fuertemente interesado, y mediaban crecidas puestas. Muy luego, la suerte se inclinó con un favor obstinado del lado del capitan y de uno de los canadenses, á cuyas manos fué á parar todo el oro de la mesa.
El mejicano se levantó al parecer sofocado por una violenta emocion; pidió permiso para ir un momento á tomar el aire, y se alejó. En ese momento trajeron té, y hubo un corto receso.
A poco, volvióel mejicano. Habíase tranquilizado; y con las manos cruzadas á la espalda miraba fijamente los dados, arrojados sobre el tapiz.