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UN VIAJE AL PAIS DEL ORO 19

que mostraron su diámetro de marfil limpio de toda culpa.

El capitan asestó un golpe al otro dado pero el cuchillo se le cayó de la mano. El dado estaba relleno de azogue.

—Infamia!—exclamó el capitan, pálido de rabia.—¡Cómo han podido hacerme este cámbio! mis dados estaban guardados bajo esta llave.

Y mostró una que llevaba entre los sellos del reloj.

Pero Estela, cuyos ojos eran tan despavilados como bellos, habia visto que el mejicano, en vez de besar el dado lo engullia, dejando otro en lugar suyo.

El capitan devolvió las sumas que habia ganado, y en un arrebato de caballeresca indignacion, arrojó al agua el dinero con que entrara en juego.

Era un yankee en toda la espléndida acepcion de esta palabra; estremado en todo, esencialmente en lo que mira al honor.

Con él viajaba su hija, una lindísima jóven, que desde la primera vista se aficionó tiernamente de Estela, quien no menos se prendó de la graciosa yankecita.

Entre este doble cariño, mediaba una dificultad; ninguna de las dos sabia la lengua de la otra.