UN VIAJE ACIAGO 37
tan sombría magnificencia. Sobre mi cabeza se aglomeraban en gigantescos grupos las masas de los Andes; y al frente, estendidos en vertiginoso descenso, el valle de Tacna y el doble azul del cielo y del Océano. Bandadas de cóndores completaban el paisaje, cerniéndose en el espacio en círculos de mal agúero para la salud de mi pobre caballejo, que á pesar de su cansancio, se encabritaba espantado por la sombra formidable de sus alas.
Habian pasado algunas horas; pero, aun cuando de allí se descubria el camino en una extension de mas de dos leguas, nada divisé, nada veia sino era tor-
bellinos de polvo arremolinados por el viento, y que, desviándose, iban á hundirse en los precipicios.
Era medio dia; y yo con mi caballo, que nos habiamos desayunado con un trozo de pan, teniamos una sed que se aumentaba con la vista lejana del agua que bullia entre las rocas, allá en el fondo de la hondonada. .
Compadecida del Pobre animal, busqué un parage para bajar al torrente, y lo encontré, aunque en extremo fangoso. Eché adelante el caballo, que se extremecía, asustado de aquel peligroso descenso; pero atraido por las emanaciones del agua, bajaba describiendo zedas en las paredes del despeñadero, . y al fin, rodeando, y muchas veces rodando, llegó * conmigo al fondo del barranco.