UN VIAJE ACIAGO 45
su viaje, el bueno del arriero se me apareció con sus bestias y él mismo, asorochados, maltrechos y en la mas triste figura.
Sin embargo; yo ví el cielo abierto con su presencia, pues me consumía de afliccion el perjuicio que estaba ocasionando á aquel excelente jóven, de cuya impaciencia por partir pude juzgar muy luego; pues apenas me hubo recomendado al arriero, y cambiado conmigo su tarjeta, saltó sobre el caballo, y partió como una exhalación.
Supe entonces el nombre de aquel sujeto generoso; y mi lábiolo envió á Dios en una ferviente plegaria, ¡Porqué nolo escuchaste, Señor!
Pocos momentos despues yo tambien continuaba. mi marcha, seguida del arriero, que atacado del soroche habia cuido en un estraño amilanamiento, y lloraba como un niño. Sin embargo, como era necesario arrancarlo al sueño, mortal para los que padecen “aquel accidente, híceme sorda á su llanto y le anuncié la resolucion de trasnochar, á fin de ganar el tiempo perdido. Casi se muere al escucharla pero como la conciencia le decia que la culpa era suya, forzoso le fué obedecer.
A las nueve de la noche bajamos á la cuenca profunda del Mauri, rio caudaloso encerrado entre los flancos de dos montañas, cuyas aguas, congeladas hasta la mitad de su corriente, se rompian rujiendo