los laboriosos trabajos de mina ni en los de la caza, quizá más penoso todavía, que ha de abastecer las celdas.
Las galerías quedan dispuestas en pocos días, tanto más cuanto que casi siempre se utilizan las del año precedente, después de algunas reparaciones.
La víctima que el Cerceris escoge para alimento de sus larvas es un curculiónido de gran tamaño, el Cleonus ophtalmicus. El colector llega pesadamente cargado, llevando a su víctima entre las patas, vientre con vientre, cabeza con cabeza, y se abate pesadamente a cierta distancia del agujero para acabar el resto del trayecto sin el concurso de las alas. Entonces el himenóptero arrastra penosamente a su presa con las mandíbulas en un plano vertical o, por lo menos, muy inclinado, causa de frecuentes volteos que hacen rodar juntos al raptor y a su víctima hasta el pie del talud, pero incapaces de desalentar a la infatigable madre que, manchada de polvo, se hunde al fin en la madriguera con el botín, del que no se ha separado ni un instante. Si la marcha con tal carga nada tiene de cómoda para el Cerceris, y especialmente en semejante terreno, no es lo mismo el vuelo, cuya potencia es admirable si se considera que la robusta bestezuela lleva una presa casi tan grande como ella, pero más pesada. He tenido la curiosidad de pesar el Cerceris y su caza, y he encontrado para el primero 150 miligramos, y para la segunda, 250 miligramos, por término medio casi el doble.
Estos números hablan bastante elocuentemente en favor del vigoroso cazador; así, no podía cansarme de admirar la presteza y facilidad con que emprendía el vuelo con la víctima entre las