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DE LOS INSECTOS

patas, elevándose a una altura en que lo perdía de vista, cuando acosado de cerca por mi indiscreta curiosidad se decidía a huir para salvar su precioso botín. Pero no siempre huía, y entonces, aunque con alguna dificultad, para no herir al cazador, hostigándolo y volteándolo con una paja, conseguía hacerle abandonar su presa, de la que al punto me apoderaba. Despojado tan violentamente, el Cerceris buscaba por los alrededores, entraba un instante en su guarida y salía bien pronto para volar en busca de nueva caza. En menos de diez minutos, el diestro investigador encontraba otra víctima, consumaba el asesinato y realizaba el rapto, que frecuentemente me permitía usar en mi provecho. Ocho veces consecutivas cometí el mismo robo a expensas del mismo individuo; ocho veces repitió infructuosa su expedición con inquebrantable constancia. Su paciencia agotó la mía, y la novena víctima quedó definitivamente en su poder.

Por este procedimiento, o violando las celdas ya provistas, me procuré casi cien curculiónidos, y a pesar de lo que tenía derecho a esperar, con arreglo a lo que L. Dufour nos ha dicho de las costumbres del Cerceris bupresticida, no pude reprimir mi asombro al ver la singular colección que acababa de hacer. Si el cazador de Buprestis pasa indistintamente de una especie a otra, sin salir de los límites de un género, éste, más exclusivo, se dirige invariablemente a la misma especie, el Cleonus ophtalmicus. En la enumeración de mi botín no he visto más que una excepción, una sola, y aun ésta fué suministrada por una especie congénere, el Cleonus alternans, que no pude volver a verlo otra vez en mis frecuentes visitas al Cerceris. ¿Basta que sea una caza más sabrosa