Dos horas a lo más después de la asfixia, me fué imposible provocar aquellos movimientos, tan fácilmente obtenidos en los gorgojos que de tantos días se encuentran en aquel singular estado intermedio entre la vida y la muerte en que los coloca su temible enemigo.
Todos estos hechos contradicen la suposición de que el animal esté completamente muerto y la hipótesis de que sea un cadáver hecho incorruptible por efecto de un líquido preservador. No puede explicarse sino admitiendo que el animal ha sido herido en el principio de sus movimientos; que su irritabilidad, adormecida bruscamente, se va apagando con lentitud, mientras las funciones vegetativas, por ser más tenaces, se extinguen con mayor lentitud todavía y mantienen la conservación de las vísceras durante el tiempo necesario a las larvas.
La particularidad que más importaba comprobar era la manera de operarse el asesinato. Es evidente que en ello ha de cumplir importante cometido el aguijón venenoso del Cerceris. Pero ¿dónde y cómo penetra en el cuerpo del gorgojo, cubierto de dura coraza y cuyas piezas están tan estrechamente ajustadas? Nada denuncia el asesinato en los individuos atacados por el dardo, ni aun la lente. Así, pues, hay que comprobar mediante examen directo las mortíferas maniobras del himenóptero, problema ante cuyas dificultades ya retrocedió L. Dufour, y cuya solución me pareció imposible encontrar durante algún tiempo. Sin embargo, hice el ensayo y tuve la satisfacción de conseguirlo, pero no sin tanteos. Cuando los Cerceris salían de sus cavernas volando para dedicarse a la caza se dirigían indistintamente en cualquiera dirección, y todos vol-