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DE LOS INSECTOS

caza que yace indefinidamente patas arriba en el lugar mismo del sacrificio. En cuanto retira la daga de la herida, deja a su víctima y se va a revolotear contra la pared de la campana, sin preocuparse más de ella. En el seno del mantillo, en las condiciones normales, deben de pasar las cosas de manera semejante. La pieza paralizada no la transporta a parte alguna a una cueva especial; donde ha ocurrido la lucha, la víctima recibe, en su vientre distendido, el huevo, del que provendrá el consumidor del suculento mechado. De este modo se evitan gastos de domicilio. Ya se comprende que no se realiza el desove bajo la campana, pues la madre es demasiado prudente para exponer el huevo a los peligros del aire libre.

Otro detalle me sorprende: el encarnizamiento de la Scolia. He visto prolongarse la lucha más de un cuarto de hora con frecuentes alternativas de éxito y de reveses, antes de que el himenóptero lograse la posición requerida y alcanzara con la punta del abdomen el sitio en que debe penetrar el aguijón. Durante sus asaltos, repetidos inmediatamente después de rechazados, el agresor aplica muchas veces el extremo del abdomen contra la larva, pero sin desenvainar, de lo que me hubiera apercibido por el estremecimiento de la larva, dolorida por la picadura. La Scolia no pica, pues, en parte alguna a la Cetonia en tanto el punto deseado no se presenta bajo el arma. Si no la hiere en otras partes, no consiste en manera alguna en la organización de la larva, blanda y penetrable por todas partes menos el cráneo. El punto que busca el aguijón no está menos protegido que los otros por la envoltura dérmica.

La Scolia, doblada en arco, queda a veces cogida durante la lucha en la antenalla de la Cetonia