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LA VIDA

queda la pelota, con la que el escarabajo juega al sol, sin sacar de ella a veces otro partido.

¿Qué viene entonces a hacer aquí, en este caso, la forma globular, presentada como la más eficaz contra la desecación durante los ardores del verano? Esta propiedad de la esfera y de su próximo vecino el ovoide es indiscutible físicamente; pero estas formas no tienen mas que una concordancia fortuita con la dificultad vencida. El animal organizado para hacer rodar bolas por el campo, modela también bolas bajo tierra. Si el gusano se encuentra bien en ellas, puesto que tiene hasta el fin víveres tiernos al alcance de sus mandíbulas, mejor para él; pero no glorifiquemos por ello el instinto de la madre.

Para acabar de convencerme seríame preciso un escarabajo de bella presencia, totalmente extraño al arte pilular en las condiciones de la vida corriente, y que, no obstante, cuando llegue el momento de poner modele en bolas su recolección cambiando bruscamente sus costumbres. ¿Hay alguno de esta clase en mi vecindad? Sí. Y es uno de los más bellos y más grandes después del escarabajo sagrado; es el Copris español—Copris hispanus—, tan notable por el protórax truncado en brusco talud y por el extravagante cuerno que lleva en la cabeza.

Rechoncho, recogido en redondo espesor y lento en el andar, es ajeno a la gimnasia del Scarabæus. Las patas, de longitud muy mediana, replegadas bajo el vientre al menor sobresalto, no resisten comparación alguna con los zancos de los peloteros. En su forma acortada, sin flexibilidad, se adivina fácilmente que a este insecto no le gustan las peregrinaciones con el embarazo de una bola rodadora.