Entonces se formó otro triángulo que incluyó al observador externo: la realidad fue transformada por el hecho de ser observada. Nuevamente, por la retirada del fotógrafo, vuelve a formarse una ■gura dual, pero esta vez entre e! hombre del auto y Ia mujer que pasa a tener una actitud semejante a la que hasta ahora había tenido el chico: era en realidad un triángulo que se desarmó ante el “clic”, con Ia huida del chico. la piedra, con el clásico y absurdo gesto del acosado que busca la salida ( p.210)?’ Me pareció que la mujer, de espa/das al parapeto, pasaba las manos por también, con matices distintos, en el protagonista de Apocalipsis: en este caso tenemos más bien un observador que se asombra ante Io más cotidiano, con rasgos infantiles, más libre del sesgo tan re■exivo del traductor - fotógrafo. Es Ia mirada del que juega seriamente a que todo puede suceder y, de un momento a otro, lo mágico puede darse (que, por ejemplo, la foto de familia se llene con “Napoleón a caballo”); Ia mirada de quien es capaz, por momentos, de olvidar lo aprendido y los esquemas racionales. Es una actitud más porosa, más propia del que se deja sorprender que la de aquel que pone en juego todo su saber previo ante determinada experiencia que se presenta. En conclusión, podríamos hablar de una continuidad entre los dos cuentos, consciente en el autor: Esta sutileza o sensibilidad de observación del fotógrafo a■cionado se da mente el lector recuerda Las babas, al comenzar a leer Apocalipsis. b) Los elementos autobiográ■cos en ambos cuentos, innegablemente acentuados en Apocalipsis. c) EI acto de sacar fotos con cierta actitud turística, externa, de observador separado de Io observado, y el cambio de esta actitud después, a partir de una experiencia reveladora en que la ampliación de la foto, en el primer caso, y la proyección de fotos, en el segundo, muestran otra cara de la realidad. d) En ambos, la dimensión fantástica se muestra como un acceso a una a) La mención de Blow-up, que da como un guiño o una clave. Necesaria-
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