halagas tanto con tus dulces palabras, que no puedo callar: no lleveis á mal, que me entretenga un poco hablando con vosotros. Yo soy aquel (1) que tuvo las dos llaves del corazon de Federico, manejándolas tan suavemente para cerrar y abrir, que á casi todos aparté de su confianza, habiéndome dedicado con tanta fé á aquel glorioso cargo, que perdí el sueño y la vida. La cortesana (2) que no ha separado nunca del palacio de César sus impúdicos ojos, peste comun y vicio de las córtes, inflamó contra mí todos los ánimos, y los inflamados inflamaron á su vez y de tal modo á Augusto (3), que mis dichosos honores se trocaron en triste duelo. Mi alma, en un arranque de indignacion, creyendo librarse del oprobio por medio de la muerte, me hizo injusto contra mí mismo, siendo justo (4). Os juro, por las tiernas raices de este leño, que jamás fuí desleal á mi señor, tan digno de ser honrado. Y si uno de vosotros vuelve al mundo, restaure en él mi memoria, que yace aun bajo el golpe que le asestó la envidia.
El poeta esperó un momento, y despues me dijo:—Pues que calla, no pierdas el tiempo: habla y pregúntale, si quieres saber más.—Yo le contesté:—Interrógale tú mismo lo que creas que me interese, pues yo no podria: tanto es lo que me aflige la compasion.
Por lo cual volvió él á empezar de este modo:—A fin de que este hombre haga generosamente lo que tu súplica re-
(1) Pedro Desvignes jurisconsulto de Capua; gozó por mucho tiempo el favor del emperador Federico II, de quien era canciller y á quien inclinaba lo mismo á la clemencia que á la severidad. Acusado de traicion por envidiosos cortesanos, le sacaron los ojos en 1246. Su desesperacion fué tal que se estrelló la cabeza contra los muros de sucalabozo.
(2) La Envidia cortesana.
(3) A Federico II.
(4) Matándome en un arranque de indignacion, fui injusto conmigo mismo, puesto que era inocente.