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Página:La Divina Comedia (traducción de Manuel Aranda y Sanjuán).djvu/86

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LA DIVINA COMEDIA.

¡Oh venganza de Dios! ¡Cuánto debe temerte todo aquel que lea lo que se presentó á mis ojos! Ví numerosos grupos de almas desnudas, que lloraban miserablemente, y parecian cumplir sentencias diversas. Unas yacian de espaldas sobre el suelo; otras estaban sentadas en confuso monton; otras andaban continuamente. Las que daban la vuelta al círculo eran más numerosas, y en menor número las que yacian para sufrir algun tormento; pero estas tenian la lengua más suelta para quejarse.

Llovian lentamente en el arenal grandes copos de fuego, semejantes á los de nieve que en los Alpes caen cuando no sopla el viento. Así como Alejandro vió en las ardientes comarcas de la India caer sobre sus soldados llamas, que quedaban en el suelo sin extinguirse, lo que le obligó á ordenar á las tropas, que las pisaran, porque el incendio se apagaba mejor cuanto más aislado estaba, así descendia el fuego eterno, abrasando la arena, como abrasa á la yesca el pedernal, para redoblar el dolor de las almas. Sus míseras manos se agitaban sin reposo, apartando á uno y otro lado las brasas continuamente renovadas.

Yo empecé á decir:—Maestro, tú que has vencido todos los obstáculos, á excepcion del que nos opusieron los demonios inflexibles á la puerta de la ciudad, dime, ¿quién es aquella gran sombra, que no parece cuidarse del incendio, y yace tan feroz y altanera, como si no la martirizára esa lluvia?—Y la sombra, observando que yo hablaba de ella á mi Guia, gritó:—Tal cual fuí en vida, soy despues de muerto (1). Aun cuando Júpiter cansára á su herrero, de quien tomó en su cólera el agudo rayo que me hirió el último dia de mi vida; aun cuando fatigára uno tras otro á todos los

(1) Es decir: soberbio é indómito; «superum contemptor et æqui», como lo describe. Estacio.