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LA ENEIDA

do de la ciudad se encuentra un collado y en él un antiguo templo de Céres, ahora abandonado. Alli cerca está un viejo ciprés, desde largos años conservado por la piedad de nuestros padres. Allí nos reuniremos por diversos caminos. Tú, padre mio, lleva en tus manos los Dioses de la patria, y los ornamentos sagrados de los altares.

A mí que me retiro de lid tan encarnizada y de matanza tan reciente, no me es permitido tocarlos sin que antes me haya purificado con el agua de una fuente". Diciendo esto, echo sobre mis anchas espaldas, encima de mi manto, la piel de un velloso leon sujetandole al cuello, y me inclino para recibir mi carga. El pequeño lulo toma mi mano, y sigue á su padre con paso desigual al mio.

Detrás viene mi esposa. Marchamos por senderos oscuros; y yo que poco há no cuidé de los dardos arrojados por los griegos, ni de todos los griegos juntos del ejército enemigo, enseguida me aterraba cualquier lijero aire, y el menor ruido dejábame suspenso, temblando tanto por la carga que llevaba, como por mi pequeño compañero.

Ya me acercaba á las puertas y creia haber pasado todo el peligroso camino, cuando de repente me parece que oigo el ruido de pasos que vienen. Mi padre que miraba por entre las sombras me grita: “hijo, huye, hijo, se acercan: veo sus resplandecientes escudos y sus brillantes yelmos ". No sé qué númen enemigo turbó en ese momento mi alma con el miedo; pues que mientras sigo á prisa por apartadas sendas y me retiro de las rutas co-