acción de la conciencia ni de la energía humanas. El individuo, formado en la familia con sus desenfrenados atavismos, con los errores tradicionales perpetuados por la ignorancia de las madres, y en la escuela con algo peor que el error, que es la mentira sacramental imuesta por los que dogmatizan en nombre de una supuesta revelación divina, entraba en la sociedad deformado y degenerado, y no podía exigirse de él, por lógica relación de causa a efecto, más que resultados irracionales y perniciosos.
Mi trato con las personas de mi relación, inspirado siempre en la idea de proselitis:no, se dirigía a juzgar la utilidad de cada una desde el punto de vista de mi ideal, y no tardé en convencerme de que con los políticos que rodeaban a D. Manuel no se podía contar para nada; a mi juicio, perdónenme las honrosas excepciones, eran arribistas impenitentes. Esto dió lugar a cierta expresión que, en circunstancias graves y tristes para mí, quiso explotar en mi erjuicio la autoridad judical. D. Manuel, hombre de alteza de miras y no suficientemente prevenido contra las miserias humanas, solía calificarme de « anarquista » cada vez que me veía exponer una solución lógica, y por tanto radical siempre, opuesta a los arbitrios oportunistas y a los radicalismos de oropel que presentaban los revolucionarios españoles que le asediaban y aunexplotaban, lo mismo que a los republicanos franceses, que seguían una política de beneficio positivo para la burguesía y que huían de lo que pudiera beneficiar al proletariado des-