mal tornados; los músculos jugaban bajo la media, y todos los binoculares hubieran gritado ante alguna blasfemia. Fue acusada de ser brutal, común, carente de gusto, de querer importar al teatro las costumbres del Rin y de los Pirineos, castañuelas, espuelas, botas con tacones, –sin contar que bebía como granadero y que le fascinaban demasiado los perros y la hija de su portera– y otros trapos sucios de su vida privada y que son, para algunos pequeños periódicos, pasto y golosina periodística. Se le oponía con aquella táctica común en los periodistas que consiste en comparar cosas incomparables, una dama etérea, siempre vestida de blanco, y de la que castos movimientos dejaban a todas las conciencias en reposo. Algunas veces la Fanfarlo gritaba y reía muy alto hacia el patio de butacas al acabar un salto sobre las candilejas; hasta osaba caminar mientras danzaba. Nunca usaba insípidos vestidos de gaza de aquellos que dejan ver todo y no dejan adivinar nada. Le encantaban las telas que hacen
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L AF A N F A R L O