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LA ILÍADA

300 Dijo; y apercibiendo el arco, envió otra flecha á Héctor con intención de herirle. Tampoco acertó; pero la saeta clavóse en el pecho del eximio Gorgitión, valeroso hijo de Príamo y de la bella Castianira, oriunda de Esima, cuyo cuerpo al de una diosa semejaba. Como en un jardín inclina la amapola su tallo, combándose al peso del fruto ó de los aguaceros primaverales; de semejante modo inclinó el guerrero la cabeza que el casco hacía ponderosa.

309 Teucro armó nuevamente el arco, envió otra saeta á Héctor, con ánimo de herirle, y también erró el tiro, por haberlo desviado Apolo; pero hirió en el pecho cerca de la tetilla á Arqueptólemo, osado auriga de Héctor, cuando se lanzaba á la pelea. Arqueptólemo cayó del carro, cejaron los corceles de pies ligeros, y allí terminaron la vida y el valor del guerrero. Hondo pesar sintió el espíritu de Héctor por tal muerte; pero, aunque condolido del compañero, dejóle y mandó á su propio hermano Cebrión, que se hallaba cerca, que tomara las riendas de los caballos. Oyóle Cebrión y no desobedeció. Héctor saltó del refulgente carro al suelo, y vociferando de un modo espantoso, cogió una piedra y encaminóse hacia Teucro con el propósito de herirle. Teucro, á su vez, sacó del carcaj una acerba flecha, y ya estiraba la cuerda del arco, cuando Héctor, de tremolante casco, acertó á darle con la áspera piedra cerca del hombro, donde la clavícula separa el cuello del pecho y las heridas son mortales, y le rompió el nervio: entorpecióse el brazo, Teucro cayó de hinojos y el arco se le fué de las manos. Ayax no abandonó al hermano caído en el suelo, sino que corriendo á defenderle, le resguardó con el escudo. Acudieron dos compañeros, Mecisteo, hijo de Equio, y el divino Alástor; y cogiendo á Teucro, que daba grandes suspiros, lo llevaron á las cóncavas naves.

335 El Olímpico volvió á excitar el valor de los teucros, los cuales hicieron arredrar á los aqueos en derechura al profundo foso. Héctor iba con los delanteros, haciendo gala de su fuerza. Como el perro que acosa con ágiles pies á un jabalí ó á un león, le muerde, ya los muslos, ya las nalgas, y observa si vuelve la cara; de igual modo perseguía Héctor á los aqueos de larga cabellera, matando al que se rezagaba, y ellos huían espantados. Cuando atravesaron la empalizada y el foso, muchos sucumbieron á manos de los teucros; los demás no pararon hasta las naves, y allí se animaban los unos á los otros, y con los brazos levantados oraban á todas las deidades. Héctor hacía girar por todas partes los corceles de hermosas crines; y sus ojos parecían los de la Gorgona ó los de Marte, peste de los hombres.