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Página:La Ilíada (Luis Segalá y Estalella).djvu/159

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CANTO DÉCIMO

lanza, y persíguele siempre hacia las naves, para que no se guarezca en la ciudad.»

349 Esto dicho, tendiéronse entre los muertos, fuera del camino. El incauto Dolón pasó con pie ligero. Mas cuando estuvo á la distancia á que se extienden los surcos de las mulas—éstas son mejores que los bueyes para tirar de un arado en tierra noval,—Ulises y Diomedes corrieron á su alcance. Dolón oyó ruido y se detuvo, creyendo que algunos de sus amigos venían del ejército teucro á llamarle por encargo de Héctor. Pero así que aquéllos se hallaron á tiro de lanza ó más cerca aún, conoció que eran enemigos y puso su diligencia en los pies huyendo, mientras ellos se lanzaban á perseguirle. Como dos perros de agudos dientes, adiestrados para cazar, acosan en una selva á un cervato ó á una liebre que huye chillando delante de ellos; del mismo modo, el Tidida y Ulises, asolador de ciudades, perseguían constantemente á Dolón después que lograron apartarle del ejército. Ya en su fuga hacia las naves iba el troyano á topar con el cuerpo de guardia, cuando Minerva dió fuerzas al Tidida para que ninguno de los aqueos, de broncíneas lorigas, se le adelantara y pudiera jactarse de haber sido el primero en herirle y él llegase después. El fuerte Diomedes arremetió á Dolón, con la lanza, y le gritó:

370 «Tente, ó te alcanzará mi lanza; y no creo que puedas evitar mucho tiempo que mi mano te dé una muerte terrible.»

372 Dijo, y arrojó la lanza; mas de intento erró el tiro, y ésta se clavó en el suelo después de volar por cima del hombro derecho de Dolón. Paróse el troyano dentellando—los dientes crujíanle en la boca,—tembloroso y pálido de miedo; Ulises y Diomedes se le acercaron, jadeantes, y le asieron de las manos, mientras aquél lloraba y les decía:

378 «Hacedme prisionero y yo me redimiré. Hay en casa bronce, oro y hierro labrado: con ellos os pagaría mi padre inmenso rescate, si supiera que estoy vivo en las naves aqueas.»

382 Respondióle el ingenioso Ulises: «Tranquilízate y no pienses en la muerte. Ea, habla y dime con sinceridad: ¿Adónde ibas solo, separado de tu ejército y derechamente hacia las naves, en esta noche obscura, mientras duermen los demás mortales? ¿Acaso á despojar á algún cadáver? ¿Por ventura Héctor te envió como espía á las cóncavas naves? ¿Ó te dejaste llevar por los impulsos de tu corazón?»

390 Contestó Dolón, á quien le temblaban las carnes: «Héctor me