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Página:La Ilíada (Luis Segalá y Estalella).djvu/171

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CANTO UNDÉCIMO

pedía auxilio á los más valientes. Mientras arrastraba el cadáver á través de la turba, cubriéndole con el abollonado escudo, Agamenón le envasó la broncínea lanza; dejó sin vigor sus miembros, y le cortó la cabeza sobre el mismo Ifidamante. Y ambos hijos de Antenor, cumpliéndose su destino, acabaron la vida á manos del Atrida y descendieron á la morada de Plutón.

264 Entróse luego Agamenón por las filas de otros guerreros, y combatió con la lanza, la espada y grandes piedras mientras la sangre caliente brotaba de la herida; mas así que ésta se secó y la sangre dejó de correr, agudos dolores debilitaron sus fuerzas. Como los dolores agudos y acerbos que á la parturiente envían las Ilitias, hijas de Júpiter, las cuales presiden los alumbramientos y disponen de los terribles dolores del parto; tales eran los agudos dolores que debilitaron las fuerzas del Atrida. De un salto subió al carro; con el corazón afligido mandó al auriga que le llevase á las cóncavas naves, y gritando fuerte dijo á los dánaos:

276 «¡Amigos, capitanes y príncipes de los argivos! Apartad vosotros de las naves, que atraviesan el ponto, el funesto combate; pues á mí el próvido Júpiter no me permite combatir todo el día con los teucros.»

280 Así dijo. El auriga picó con el látigo á los caballos de hermosas crines, dirigiéndolos á las cóncavas naves; ellos volaron gozosos, con el pecho cubierto de espuma, y envueltos en una nube de polvo sacaron del campo de la batalla al fatigado rey.

284 Héctor, al notar que Agamenón se ausentaba, con penetrantes gritos animó á los troyanos y á los licios:

286 «¡Troyanos, licios, dárdanos que cuerpo á cuerpo combatís! Sed hombres, amigos, y mostrad vuestro impetuoso valor. El guerrero más valiente se ha ido, y Jove Saturnio me concede una gran victoria. Pero dirigid los solípedos caballos hacia los fuertes dánaos y la gloria que alcanzaréis será mayor.»

291 Con estas palabras les excitó á todos el valor y la fuerza. Como un cazador azuza á los perros de blancos dientes contra un montaraz jabalí ó contra un león; así Héctor Priámida, igual á Marte, funesto á los mortales, incitaba á los magnánimos teucros contra los aqueos. Muy alentado, abrióse paso por los combatientes delanteros, y cayó en la batalla como tempestad que viene de lo alto y alborota el violáceo ponto.

299 ¿Cuál fué el primero, cuál el último de los que entonces mató Héctor Priámida cuando Júpiter le dió gloria?