jo; iría aunque el destino hubiese dispuesto que me cayera encima el rayo de Júpiter, dejándome tendido con los muertos, entre sangre y polvo.»
119 Dijo, y mandó al Terror y á la Fuga que uncieran los caballos, mientras vestía las refulgentes armas. Mayor y más terrible hubiera sido entonces el enojo y la ira de Jove contra los inmortales; pero Minerva, temiendo por todos los dioses, se levantó del trono, salió por el vestíbulo, y quitándole á Marte de la cabeza el casco, de la espalda el escudo y de la robusta mano la pica de bronce, que apoyó contra la pared, dirigió al impetuoso dios estas palabras:
128 «¡Loco, insensato! ¿Quieres perecer? En vano tienes oídos para oir, ó has perdido la razón y la vergüenza. ¿No oyes lo que dice Juno, la diosa de los níveos brazos, que acaba de ver á Júpiter olímpico? ¿Ó deseas, acaso, tener que regresar al Olimpo á viva fuerza, triste y habiendo padecido muchos males, y causar gran daño á los otros dioses? Porque Jove dejará en seguida á los altivos teucros y á los aqueos, vendrá al Olimpo á promover tumulto entre nosotros, y castigará, así al culpable como al inocente. Por esta razón te exhorto á templar tu enojo por la muerte del hijo. Algún otro superior á él en valor y fuerza ha muerto ó morirá, porque es difícil conservar todas las familias de los hombres y salvar á todos los individuos.»
142 Dicho esto, condujo á su asiento al furibundo Marte. Juno llamó afuera del palacio á Apolo y á Iris, la mensajera de los inmortales dioses, y les dijo estas aladas palabras:
146 «Júpiter os manda que vayáis al Ida lo antes posible; y cuando hubiereis llegado á su presencia, haced lo que os encargue y ordene.»
149 La venerable Juno, apenas acabó de hablar, volvió al palacio y se sentó en su trono. Ellos bajaron en raudo vuelo al Ida, abundante en manantiales y criador de fieras, y hallaron al longividente Saturnio sentado en la cima del Gárgaro, debajo de olorosa nube. Al llegar á la presencia de Júpiter, que amontona las nubes, se detuvieron; y Jove, al verlos, no se irritó, porque habían obedecido con presteza las órdenes de Juno. Y hablando primero con Iris, profirió estas aladas palabras:
158 «¡Anda, ve, rápida Iris! Anuncia esto al soberano Neptuno y no seas mensajera falaz: Mándale que, cesando de pelear y combatir, se vaya á la mansión de los dioses ó al mar divino. Y si no quiere obedecer mis palabras y las desprecia, reflexione en su mente y en