Página:La Ilíada (Luis Segalá y Estalella).djvu/324

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
318
LA ILÍADA

leonte, valiente adalid en el combate; y el casco no detuvo la lanza, pues la punta entró y rompió el hueso, conmovióse interiormente el cerebro, y el teucro sucumbió cuando peleaba con ardor. Luego, como Hipodamante saltara del carro y se diese á la fuga, le envasó la pica en la espalda: aquél exhalaba el aliento y bramaba como el toro que los jóvenes arrastran á los altares del soberano Heliconio y el dios que sacude la tierra se goza al verlo; así bramaba Hipodamante cuando el alma valerosa dejó sus miembros. Seguidamente acometió con la lanza al deiforme Polidoro Priámida á quien su padre no permitía que fuera á las batallas porque era el menor y el predilecto de sus hijos. Nadie vencía á Polidoro en la carrera; y entonces, por pueril petulancia, haciendo gala de la ligereza de sus pies, agitábase el troyano entre los combatientes delanteros, hasta que perdió la vida: al verle pasar, el divino Aquiles, ligero de pies, hundióle la lanza en medio de la espalda, donde los anillos de oro sujetaban el cinturón y era doble la coraza, y la punta salió al otro lado cerca del ombligo; el joven cayó de rodillas dando lastimeros gritos; obscura nube le envolvió; é inclinándose, procuraba sujetar con sus manos los intestinos, que le salían por la herida.

419 Tan pronto como Héctor vió á su hermano Polidoro cogiéndose las entrañas y encorvado hacia el suelo, se le puso una nube ante los ojos y ya no pudo combatir á distancia; sino que, blandiendo la aguda lanza é impetuoso como una llama, se dirigió al encuentro de Aquiles. Y éste, al advertirlo, saltó hacia él, y dijo muy ufano estas palabras:

425 «Cerca está el hombre que ha inferido á mi corazón la más grave herida, el que mató á mi compañero amado. Ya no huiremos asustados, el uno del otro, por los senderos del combate.»

428 Dijo; y mirando con torva faz al divino Héctor, le gritó: «¡Acércate para que pronto llegues de tu perdición al término!»

430 Sin turbarse, le respondió Héctor, el de tremolante casco: «¡Pelida! No esperes amedrentarme con palabras como á un niño; también yo sé proferir injurias y baldones. Reconozco que eres valiente y que estoy por muy debajo de ti. Pero en la mano de los dioses está si yo, siendo inferior, te quitaré la vida con mi lanza; pues también tiene afilada punta.»

438 En diciendo esto, blandió y arrojó la ingente lanza; pero Minerva con un tenue soplo apartóla del glorioso Aquiles, y el arma volvió hacia el divino Héctor y cayó á sus pies. Aquiles acometió, dando horribles gritos, á Héctor, con intención de matarle; pero