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LA ILÍADA

sabes que vivimos encerrados en la ciudad; la leña hay que traerla de lejos, del monte; y los troyanos tienen mucho miedo. Durante nueve días le lloraremos en el palacio, en el décimo le sepultaremos y el pueblo celebrará el banquete fúnebre, en el undécimo erigiremos un túmulo sobre el cadáver y en el duodécimo volveremos á pelear, si necesario fuere.»

668 Contestóle el divino Aquiles, el de los pies ligeros: «Se hará como dispones, anciano Príamo, y suspenderé el combate durante el tiempo que me pides.»

671 Dichas estas palabras, estrechó la diestra del anciano para que no abrigara en su alma temor alguno. El heraldo y Príamo, prudentes ambos, se acostaron en el vestíbulo. Aquiles durmió en el interior de la tienda sólidamente construída, y á su lado descansó Briseida, la de hermosas mejillas.

677 Las demás deidades y los hombres que combaten en carros durmieron toda la noche, vencidos del dulce sueño; pero éste no se apoderó del benéfico Mercurio, que meditaba cómo sacaría del recinto de las naves á Príamo sin que lo advirtiesen los sagrados guardianes de las puertas. Y poniéndose encima de la cabeza del rey, así le dijo:

683 «¡Oh anciano! No te preocupa el peligro cuando así duermes en medio de los enemigos, después que Aquiles te ha respetado. Acabas de rescatar á tu hijo, dando muchos presentes; pero los otros hijos que dejaste en Troya tendrían que ofrecer tres veces más para redimirte vivo, si llegasen á descubrirte Agamenón Atrida y los aqueos todos.»

689 Así habló. El anciano sintió temor, y despertó al heraldo. Mercurio unció los caballos y los mulos, y acto continuo los guió á través del ejército sin que nadie se percatara.

692 Mas, al llegar al vado del voraginoso Janto, río de hermosa corriente que el inmortal Júpiter engendró, Mercurio se fué al vasto Olimpo. La Aurora de azafranado velo se esparcía por toda la tierra, cuando ellos, gimiendo y lamentándose, guiaban los corceles hacia la ciudad, y les seguían los mulos con el cadáver. Ningún hombre ni mujer de hermosa cintura los vió llegar antes que Casandra, semejante á la dorada Venus; pues, subiendo á Pérgamo, distinguió el carro con su padre y el heraldo, pregonero de la ciudad, y vió detrás á Héctor, tendido en un lecho que los mulos conducían. En seguida prorrumpió en sollozos, y fué clamando por toda la población.

704 «Venid á ver á Héctor, troyanos y troyanas, si otras veces os