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LA ILÍADA

Tidida, carísimo á mi corazón! No temas á Marte ni á ninguno de los inmortales; tanto te voy á ayudar. Ea, endereza los solípedos caballos á Marte, hiérele de cerca y no respetes al furibundo dios, á ese loco voluble y nacido para dañar, que á Juno y á mí nos prometió combatir contra los teucros en favor de los argivos y ahora está con aquéllos y de sus palabras se ha olvidado.»

835 Apenas hubo dicho estas palabras, asió de la mano á Esténelo que saltó diligente del carro á tierra. Subió la enardecida diosa, colocándose al lado de Diomedes, y el eje de encina recrujió porque llevaba á una diosa terrible y á un varón fortísimo. Palas Minerva, habiendo recogido el látigo y las riendas, guió los solípedos caballos hacia Marte; el cual quitaba la vida al gigantesco Perifante, preclaro hijo de Oquesio y el más valiente de los etolos. Á tal varón mataba Marte, manchado de homicidios. Y Minerva se puso el casco de Plutón, para que el furibundo dios no la conociera.

846 Cuando Marte, funesto á los mortales, los vió venir, dejando al gigantesco Perifante tendido donde le matara, se encaminó hacia el divino Diomedes, domador de caballos. Al hallarse á corta distancia, Marte, que deseaba acabar con Diomedes, le dirigió la broncínea lanza por cima del yugo y las riendas; pero Minerva, cogiéndola y alejándola del carro, hizo que aquél diera el golpe en vano. Á su vez Diomedes, valiente en el combate, atacó á Marte con la broncínea pica, y Palas Minerva, apuntándola á la ijada del dios, donde el cinturón le ceñía, hirióle, desgarró el hermoso cutis y retiró el arma. El férreo Marte clamó como gritarían nueve ó diez mil hombres que en la guerra llegaran á las manos; y temblaron, amedrentados, aquivos y teucros. ¡Tan fuerte bramó Marte, insaciable de combate!

864 Cual vapor sombrío que se desprende de las nubes por la acción de un impetuoso viento abrasador, tal le parecía á Diomedes Tidida el férreo Marte cuando, cubierto de niebla, se dirigía al anchuroso cielo. El dios llegó en seguida al alto Olimpo, mansión de las deidades; se sentó, con el corazón afligido, á la vera del Saturnio Jove; mostró la sangre inmortal que manaba de la herida, y suspirando dijo estas aladas palabras:

872 «¡Padre Júpiter! ¿No te indignas al presenciar tan atroces hechos? Siempre los dioses hemos padecido males horribles que recíprocamente nos causamos para complacer á los hombres; pero todos estamos airados contigo, porque engendraste una hija loca, funesta, que sólo se ocupa en acciones inicuas. Cuantos dioses hay en