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LO QUE OÍ DESDE EL BARRIL

andar de taberna en taberna, ahitos de rom, y mañana ú otro día ya irán por sus pasos contados á hacerse ahorcar.

—Todos sabíamos bien que tú has sido siempre una especie de abad, John. Pero hay otros que han podido maniobrar y gobernar tan bien como tú, dijo Israel. Y sin embargo, á ellos les gustaba un poco el jaleo y la diversión. Ellos no eran tan entonados ni tan severos, después de todo, sino que entraban á la bromita, tomando su parte como camaradas alegres y de buen humor.

—Es verdad, dice Silver, es muy verdad. Sólo que ¿en donde están esos á la hora presente? Pew era de ese jaez y ha muerto de limosnero. Flint era también así y murió de rom en Savannah. ¡Oh! muy alegres y muy divertidos que eran, sí señor; pero lo repito, ¿en dónde están ahora?

—Todo eso está muy bien, interrumpió Dick, pero lo que yo pregunto es esto: cuando demos el golpe y tengamos á nuestros hombres pie con mano, ¿qué vamos á hacer con ellos?

—Eso se llama hablar en plata, dijo Silver con un tono de gran admiración. Este muchacho me gusta. ¡Al negocio y sólo al negocio! Está bien; pero Vds. ¿qué opinan? ¿Los dejamos en tierra en esa isla desierta como Robinsones? Eso sería lo que hubiera hecho England. ¿Ó los degollamos sencillamente como á cerdos? Este hubiera sido el procedimiento de Flint ó de Billy Bones.

—Billy era el hombre para estas cosas, dijo Israel. “Los muertos no muerden,” solía decir. El muy taimado ya sabe á qué atenerse sobre ese punto, puesto que ya él mismo está debajo de tierra, pero si alguna vez mano