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ÚLTIMO VIAJE DEL SERENÍ

del agua. En el mismo instante el cañón tronó, y su detonación fué lo primero que Jim oyó, no habiendo llegado hasta él, por la distancia, el rumor del disparo de Trelawney. Por dónde pasó la bala, ninguno de nosotros lo supo precisamente, pero supongo que debe haber sido por encima de nuestras cabezas y que el viento de ella debe haber contribuído á nuestro desastre.

Nuestro bote se había hundido por la popa, como he dicho, con la mayor facilidad, en una profundidad de tres pies de agua, dejándonos al Capitán y á mí, de pie el uno frente al otro, en tanto que los tres restantes que se habían inclinado para evitar en lo posible la bala del pedrero, salían del agua empapados y escurriendo de la cabeza á los pies.

Con todo y esto el daño no era tan grande. No había perecido ninguno de nosotros y ya de allí podíamos caminar á pie por el agua, las pocas brazas que nos separaban de la playa. Lo malo era que nuestras provisiones estaban en el fondo del esquife y que de los cinco mosquetes que habíamos puesto en él, sólo dos quedaban secos y servibles: el mío que yo había cogido de sobre mis rodillas y levantándolo en alto con un movimiento rápido é instintivo; y el del Capitán que lo llevaba puesto en bandolera y que, en su calidad de hombre experto, había cuidado su arma de toda preferencia. Los restantes yacían ya bajo el agua con el bote.

Como complemento de nuestra tribulación oímos voces que se acercaban entre el bosque, á lo largo de la playa. Así es que no sólo sentíamos ya encima el peligro de quedar cortados de nuestro reducto, en aquel estado de semicatástrofe y derrota, sino que nos aguijoneaba el temor de