se halla unida á la Isla del Esqueleto por una cinta de agua de poquísima profundidad. Al ponerme en pie, mis ojos tropezaron á alguna distancia, allá abajo de la punta, con una roca aislada, que se alzaba bastante alta entre los matorrales y que presentaba un notable color blanco. Me ocurrió al punto que aquella debía ser la Peña blanca de que me había hablado Ben Gunn, y que, si un día ú otro necesitábamos de un bote, era ya una ventaja saber á donde podíamos acudir á buscarlo.
Me escurrí luego entre el bosque hasta ganar otra vez la espalda de nuestro baluarte; lo escalé, entré y fuí cordialmente saludado por aquel grupo de leales y valientes.
Pronto concluí de contarles mi aventura y comencé á ver en torno mío, para darme cuenta de nuestra posición. El reducto estaba construído con troncos de pino, sin cuadrar, así el techo como los muros y el piso. Este último se elevaba, en algunos lugares, á un pie ó pie y medio sobre la superficie de la arena. En la puerta se había formado un portalillo ó vestíbulo, bajo el cual la fuente brotaba, arrojando sus cristalinas aguas en un tazón artificial de bien extraña ralea, que no era otra cosa que un gran caldero de hierro tomado de algún navío, con el fondo arrancado, é incrustado allí en la arena.
Bien poca cosa había en aquel recinto, á excepción de la obra misma de la casa; en un rincón una gran piedra lisa, colocada allí para servir de fogón ó brasero, y un tosco cesto de hierro para contener el fuego y ponerse sobre la piedra.
Los declives de la loma y todo el interior de la empalizada habían sido limpiados de árboles que habían servido para la construcción de la casa y de la estacada exterior.