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LA GUARNICIÓN DE LA ESTACADA

gados á rendirnos mucho antes de que pudiese llegarnos ni una sombra de socorro. Así, pues, se decidió que nuestra mejor esperanza era la de procurar matar cuantos piratas pudiéramos hasta obligarlos, á una de dos, ó á arriar bandera, ó á largarse al fin con La Española. De diez y nueve que ellos eran ya se veían ahora reducidos á quince, habiendo dos heridos, y por lo menos uno de ellos, el que cayó junto al cañón, de gravedad. Cada vez que tuviésemos batalla, debíamos aprovechar bien nuestra pólvora con gran cuidado de no exponer inútilmente nuestras vidas. Teníamos, además, dos magníficos aliados: el rom y el clima.

Por lo que hace al rom, aunque estábamos á más de media milla distantes del enemigo podíamos oir su barahunda y sus cánticos que duraron hasta bien entrada la noche.

Y en cuanto al clima, el Doctor apostaba su peluca á que, anclados en donde estaban, cerca ó casi en medio del pantano, sin remedios disponibles, por lo menos una media docena de ellos estarían tendidos con fiebre antes de una semana.

—Por tanto, añadió, si no nos matan á todos nosotros de una vez, ya se darán de santos con empacarse en el buque y marcharse con viento fresco á piratear de nuevo por esos mares de Dios, que al fin y al cabo, buque es nuestra goleta que puede servirles para su objeto.

—Será el primer navío que haya yo perdido en mi vida, dijo el Capitán Smollet.

Yo me sentía cansado hasta la muerte, como es fácil figurárselo, así es que en cuanto se me dejó tenderme á dormir, lo cual no sucedió sino después de mucho moles-