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LA EMBAJADA DE SILVER

obtener algún arreglo y nada más. Todo lo que yo pido es que me dé Vd. su palabra, Capitán Smollet, de que me dejará salir sano y salvo fuera de esa estacada y un minuto de plazo para ponerme fuera de tiro antes de que se haya disparado un arma.

—Pues oiga Vd. esto, replicó el Capitán Smollet: lo que es yo no tengo malditas la prisa ni la gana de hablar con Vd. Si Vd. quiere hablar conmigo, puede Vd. entrar aquí y basta. Yo no tengo que empeñar mi palabra á un hombre de su calaña; si hay en esto alguna traición oculta, será sin duda del lado de Vds., y en tal caso Dios les ayude.

—Me basta con eso, Capitán, contestó John Silver en tono satisfecho. Una palabra de Vd. es más que suficiente. Yo sé lo que es un caballero; puede Vd. creerlo.

Entonces pudimos ver al hombre de la bandera tratando de hacer retroceder á Silver. No era esto muy de sorprendernos atendiendo al tono caballeresco de la respuesta del Capitán. Pero Silver se le rió en las barbas y golpeándole sobre el hombro pareció decirle que la idea de todo temor ó alarma era perfectamente absurda. Entonces avanzóse hacia la estacada, arrojó su muleta al otro lado y con gran vigor y destreza logró salvar el cercado, saltando sano y salvo al recinto de la empalizada.

Debo confesar que lo que sucedía en aquellos momentos me atraía demasiado para que me fuera dable servir en lo más mínimo como centinela. Desde luego había ya desertado de mi tronera de Oriente que fué la que me designó el Capitán, y me había deslizado detrás de éste que acababa de sentarse en el dintel del portalón, cruzando estoicamente las piernas, recargando la cabeza sobre