tercero corrió sano y salvo en torno de la casa y apareció súbitamente en la puerta cayendo sobre el Doctor, cuchillo en mano.
Nuestra posición había cambiado por completo. Un momento antes peleábamos nosotros á cubierto y el enemigo á campo raso; ahora nosotros éramos los descubiertos é imposibilitados para volver golpe por golpe.
El interior del reducto estaba lleno de humo á cuya circunstancia debimos, en parte, nuestra salvación relativa. Gritos, confusión, relámpagos de armas de fuego, detonaciones y un gemido muy prolongado y perceptible, todo esto repicaba de una manera atronadora en mis oídos.
¡Afuera, muchachos, afuera!, gritó el Capitán. ¡Á pelear al descubierto y mano al arma blanca!
Yo arrebaté una cuchilla de las del centro y alguno que al mismo tiempo se apoderaba de otra me infirió una cortada en los nudillos de la mano, que casi ni sentí. Me lancé hacia la puerta, saliendo á la luz del sol. Alguien, no sé quien, venía detrás de mí. Frente á mí el Doctor perseguía á su asaltante ladera abajo y precisamente en el momento en que mis ojos tropezaban con el grupo, el Doctor dejaba caer sobre su enemigo un tajo soberbio que lo tiró en tierra revolcándose, con una cuchillada que le dividía toda la cara.
¡Rodear la casa, muchachos, rodear la casa!, gritaba el Capitán. Al oirle aquel grito noté, á pesar de la barahunda general, que en su voz había un cambio muy notable.
Obedecí como un autómata volteando hacia el costado Este, con mi cuchilla levantada. Pero al dar vuelta á la esquina del reducto, me encontré frente á frente con An-