El esquife de Ben Gunn, como yo me lo figuré desde antes, con sobra de razón, era un bote muy seguro para una persona de mi estatura y de mi peso, y tan ligero como boyante siguiendo su vía por el mar; pero era, al mismo tiempo, el más intratable y desobediente navichuelo que puede imaginarse para lo que se refería á su manejo. Por más que uno hiciera, él siempre se iba de lado, á sotavento, de preferencia á cualquiera otra dirección, así es que el ir siempre volteando y volteando era la maniobra que más se acomodaba con su naturaleza. Recuerdo que el mismo Ben Gunn me había dicho que su bote era extraño y difícil para manejar hasta que se le cogía el modo.
Y la verdad es que yo no le “sabía su modo.” Entre mis manos iba y volvía en todas direcciones excepto en la que yo necesitaba. Nuestra marcha casi constante era sobre un costado, y tengo la seguridad de que, á no ser por la ayuda de la marea, jamás hubiera logrado llevar el barquichuelo aquel á donde yo quería. Por mi buena suerte, por más que yo remaba, el reflujo seguía arrastrándome siempre hacia abajo, en la dirección precisa en