tir que mi esquife zozobraba repentinamente; guiño de una manera viva y pareció cambiar de dirección. Observé, al mismo tiempo, que la rapidez de la marcha aumentaba de una manera extraña.
La sacudida me había obligado á abrir los ojos. En todo mi derredor advertí pequeñas hinchazones del agua que se entumecía acompañada de un sonido agudo y áspero, y presentaba reflejos fosforescentes. La misma Española, en cuya estela iba yo arrastrado á pocas yardas de distancia, me pareció que tambaleaba en su curso y que sus mástiles y cordaje se echaban un poco de lado, contra la negrura de la noche; más aún: examinando con más atención, no me cupo duda de que la goleta iba rodando rumbo al Sur.
Dí una rápida ojeada sobre mi hombro y el corazón me dió un vuelco terrible, presa del espanto. Allí, precisamente á mi espalda se veía el resplandor de la hoguera del campamento. La corriente había volteado en ángulo recto, barriendo con ella en su curso rápido, lo mismo al alto buque que al diminuto y danzarín coracle. Y á cada instante su velocidad aumentaba, y cada vez brotando más altas sus burbujas, cada vez murmurando más y más recio corría y corría alejándose á través del estrecho para engolfarse en alta mar.
De repente la goleta que iba á mi frente dió una guiñada violenta, volteando quizás como unos veinte grados, y casi en el acto se oyeron á bordo exclamaciones, una tras de otra, y luego el ruido de pasos precipitados en la escala de la carroza. Era, pues, evidente, que los dos borrachos se habían dado cuenta, al cabo, del desastre que interrumpía su querella y los hacía despertar á la realidad.