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¡ABAJO LA BANDERA DEL PIRATA!

proa en donde se guardaba el agua, sacié allí mi sed concienzudamente y entonces, y sólo hasta entonces, fuí á Hands para darle su cognac.

Yo creo que debe haber bebido un cuarto de litro por lo menos antes de que hubiera apartado la botella de sus labios. Entonces dijo:

—¡Ah! ¡voto al infierno! ¡un poco de ésto era lo que yo quería!

Oído aquello me senté tranquilamente en el lugar que había escogido y comencé á regalarme el paladar con aquel inesperado almuerzo.

—¿Se siente Vd. muy mal?, le pregunté.

—Si aquel Doctor estuviera á bordo—contestó con una voz mitad gruñido mitad ladrido—si él estuviera aquí, yo estaría sano en dos patadas. Pero, ¡el demonio y su cola! yo no tengo suerte... ¡de veras no, no!... y eso, y no más eso es lo que me pasa. Por lo que hace al “agua-dulce” ese, ya se enfrió de esta hecha, añadió señalando con el dedo al hombre del birrete rojo. Bueno, ¿y qué?... ¡al cabo que ése ni era marino, ni nada!... ¡Vamos!... y ahora que caigo... tú ¿de dónde has brotado aquí?

—Amigo, le contesté, he venido á bordo á tomar posesión de este buque, y así es que, hasta nuevas órdenes, se servirá Vd. considerarme como su Capitán.

Al oir esto me miró de una manera demasiado agria, pero no contestó palabra. Algo de su color natural había vuelto á sus mejillas, si bien continuaba con una gran apariencia de enfermedad y aún proseguía resbalándose y volteando, según que el buque se iba para un lado ó para otro.