Los malvados aquellos se miraron unos á otros, pero no hicieron más que tragar la píldora en silencio.
—Dick no está hoy muy bien, señor, dijo uno.
—¿Esas tenemos? Á ver, ven acá, Dick, llamó el Doctor. Enséñame esa lengua. No, no me sorprende que se sienta mal: esta lengua de por sí bastaría para espantar á una armada francesa. ¡Otra malaria tenemos!
—¡Ah! dijo Morgan, eso resulta de andar profanando Biblias.
—Eso resulta de ser, como tú dices, unos asnos monteses, replicó el Doctor; ó para hablarte más claro, de no saber distinguir un aire viciado y ponzoñoso, de un aire sano y vivificador, ni un pantano inmundo y envenenado de una tierra alta y seca. Me parece lo más probable (sin que pase esto de una opinión, por supuesto) que todos Vds. sin excepción van á tener que pagar el duro tributo de la fiebre antes de que logremos arrojar de sus cuerpos los gérmenes de la malaria que absorbieron por todos los poros. ¡Acampar en un marjal!... Silver, me sorprende verle á Vd. autorizar tal disparate. Vd. es mucho menos tonto que todos estos juntos, pero no se me figura que tenga Vd. ni los más pequeños rudimentos de higiene.
—Está bien, añadió después que ya hubo medicinado á todos, y cuando ya cada uno había tomado su droga respectiva con una humildad infantil que distaba mucho de denunciar á aquellos hombres como sanguinarios rebeldes, y piratas. Está bien; por hoy ya no hay más que hacer. Y ahora, desearía tener un rato de conversación con ese muchacho.
Y diciendo esto me señaló con un desdeñoso movimiento de cabeza.