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LA ISLA DEL TESORO

Jorge Merry estaba en la puerta escupiendo alguna medicina poco agradable, pero apenas el Doctor dijo sus últimas palabras, se volvió con un movimiento brusco y casi bramó así:

¡No! ¡por cien mil diablos!

Silver golpeó sobre la barrica con su mano abierta y rugió estas dos palabras, tomando el aspecto de un verdadero león.

—¡Silencio tú!

Y luego en su melifluo tono habitual prosiguió:

—Doctor, ya estaba yo pensando en ello, sabiendo lo mucho que siempre ha querido Vd. á este chiquillo. Todos nosotros le estamos á Vd. inmensamente agradecidos por su amabilidad y, como Vd. lo ve, ponemos la más gran fe en Vd. y tomamos sus drogas como empinaríamos un jarro de grog. Creo pues, que he encontrado un medio que lo concilia todo. Hawkins, ¿quieres darme tu palabra de honor, como caballero, puesto que lo eres, aunque jovencito y pobre de nacimiento, de que no nos jugarás una mala pasada?

—Cuente Vd. con mi palabra, le contesté sin vacilar.

—Pues entonces, Doctor, añadió Silver, no tiene Vd. que hacer más sino salir afuera del recinto de la estacada, y una vez allí, yo personalmente llevaré abajo á Jim para que, él de este lado y Vd. del otro, puedan conversar á través de los grandes claros de los postes. Que Vd. lo pase muy bien, Doctor, y presente mis más humildes respetos al Caballero y al Capitán Smollet.

La explosión de descontento, mal reprimida por las miradas terribles de Silver, se produjo no bien el Doctor salió del reducto. Silver fué rotundamente acusado de