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LA VOZ DEL ALMA EN PENA

un horrible juramento, concluyó así: ¡Corre á traerme rom; pronto Darby!

—Eso ya no deja duda, murmuró uno. ¡Vámonos!

—Esas fueron las últimas palabras de Flint, murmuró Morgan; sus últimas palabras á bordo de este mundo.

Dick había sacado un Biblia y rezaba mecánicamente, como un maniaco. Este pobre muchacho había recibido una mediana educación antes de venir á la marina con tan malas compañías.

Sin embargo, Silver aún permanecía luchando. Sus dientes casi castañeteaban de cuando en cuando, pero él no se rendía al terror ni mucho menos.

—Nadie ha podido oir hablar en esta isla acerca de Darby, clamó; nadie más que los que aquí estamos.

Pero luego, como para contrapesar esas palabras, prosiguió haciéndose un esfuerzo:

—Camaradas: yo he venido aquí para encontrar esa hucha y ni alma en pena ni hombre de carne y hueso podrán impedírmelo. Jamás, durante su vida, tuve miedo al viejo Flint y ¡por Satanás mi patrón! yo le haré frente hasta á su misma alma condenada. Á menos de un cuarto de milla de aquí están setecientas mil libras en oro... ¿Cuándo se ha visto que un caballero de la fortuna haya volteado la popa á una hucha de ese tamaño nada más que por miedo á la memoria de un viejo borracho, con su cubilete de rom, y ya muerto y enterrado?

Los piratas no daban señal alguna de reanimarse con este discurso; antes bien pareció que la notoria irreverencia de aquellas palabras aumentaba su terror.

¡Cuidado, cuidado, John!, dijo Merry. ¡No es bueno enojar á los espritus!