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LA ISLA DEL TESORO

de los buscadores de oro. De vez en cuando tropezaba y entonces era cuando Silver daba violentos tirones á la cuerda con que me conducía y me arrojaba, como dardos, sus miradas asesinas. Dick que se había quedado á nuestra espalda y que, á la sazón, formaba la retaguardia de la caravana, venía murmurando para sí, todo mezclado, oraciones y juramentos. Esto no hacía más que aumentar mi desazón y malestar y, para coronarlo todo, me acordé en aquellos momentos de la tragedia que se había desenlazado una vez en esa misma meseta, cuando aquel pirata sin Dios que murió en Savannah cantando y pidiendo rom, había asesinado allí á sus seis cómplices. Ese bosque, tan tranquilo y silencioso á la sazón, debió resonar entonces con los alaridos de terror y de agonía de las víctimas sacrificadas, alaridos que el terror hacía resonar á los oídos de mi imaginación.

Nos encontrábamos, en aquel momento, al borde del boscaje.

—¡Hurra, muchachos!, gritó Merry; ¡todos juntos!

Y al decir esto el hombre de vanguardia echó á correr.

Repentinamente, y antes de que hubiera avanzado diez yardas vimos al grupo detenerse. Un grito ahogado se escapó de cada pecho. Silver aceleró el paso, empujándose con el apoyo de la muleta á distancias inverosímiles, y un momento después tanto él como yo habíamos tenido que hacer alto como los demás.

Á nuestros pies se veía una gran excavación nada reciente, porque se veían los costados de la fosa desprendidos, y en el fondo había ya brotado el césped. Allí yacía, roto en dos pedazos, el mango de una azada, y las tablas