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EL FIN DE LA HISTORIA

la gruta en empacar las monedas en cajas y sacos que se habían traído exprofeso para el objeto en La Española.

Como en la talega de Billy Bones, había allí la más extraña colección de monedas, sólo que en cantidad infinitamente superior, por de contado, y en mucha mayor variedad, al grado de que no creo haber gozado más en mi vida que al separarlas y arreglarlas. Monedas francesas, inglesas, españolas, portuguesas, Jorges y Luises, doblones y dobles guineas, moidores y zequíes, con los retratos de todos los soberanos de Europa, lo menos por un siglo; y extrañas piezas orientales marcadas con lo que me parecía haces de cuerdas ó trocitos de telarañas, piezas circulares, y otras agujereadas como si se las hubiera destinado á llevarse al cuello á guisa de collar; casi todas las variedades de moneda conocida, en una palabra, tenían sus representantes en aquella colección. En cuanto al número, tengo por cierto que eran tan incontables como las hojas que el otoño esparce; de tal suerte que la espalda me dolía ya terriblemente de tanto estar inclinado y las uñas me punzaban con el trabajo de la separación.

Un día y otro día repetíamos el mismo trabajo y á la llegada de cada noche una verdadera fortuna se había llevado á bordo de La Española, en tanto que otra fortuna más quedaba aún esperando para el día siguiente. En cuanto á los tres rebeldes sobrevivientes, para nada nos molestaron.

Por último—y creo que esto fué la tercera noche—el Doctor y yo vagábamos por el declive de la loma en el punto en que pueden dominarse desde ella todas las partes bajas de la isla, cuando en medio de la oscuridad de la noche el viento trajo hasta nosotros un rumor entre ahu-