Página:La Isla del Tesoro - Caballero 1901.djvu/38

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
29
EL DISCO NEGRO

mi padre. Voy á traerle un vaso, pero no pida más porque sería inútil.

Cuando se lo hube traído lo asió con verdadera ansiedad y lo bebió de un sorbo.

—¡Ay, ay, ay! dijo como sintiendo un grande alivio, esto ya es algo mejor, sin duda alguna. Y ahora bien, chico, ¿ha dicho ese Doctor cuanto tiempo tengo que estar acostado en este viejo camarote?

—Una semana, por lo menos, le respondí.

—¡Mil carronadas! gritó él, ¡una semana! Esto es imposible. En ese tiempo podrían ellos enviarme su disco negro. En este mismo momento ya los vagabundos esos enderezan su proa y tratan de habérselas conmigo; vagabundos que no sabrían conservar lo que cogieron y que quieren arañar lo que pertenece á otro. ¡Vayan noramala! ¿es esa una conducta digna de marinos? quiero saberlo. Pero soy un bendito. Yo jamás he derrochado un buen dinero mío, ni lo he perdido tampoco. Yo sabré pegárselas una vez más. No les tengo miedo; les soltaré otro rizo y ya los haré virar de bordo, chico, ¡ya lo verás!

En tanto que hablaba así se había ido levantado de la cama, aunque con gran dificultad, agarrándose—es la palabra—agarrándose á mi hombro con una presión tan fuerte que casi me hizo llorar y moviendo sus piernas como si fuesen un peso muerto. Sus palabras que, como se ve, estaban rebosando un pensamiento activo y lleno de vida contrastaban tristemente con la debilidad de la voz en que eran pronunciadas. Cuando se hubo sentado en el borde de la cama se detuvo un poco y luego murmuró:

—Ese Doctor me ha hundido... los oídos me zumban... acuéstame otra vez.