—¡Bravo, bravo! y en su entusiasmo arrojó su excelente puro á la chimenea. Mucho antes de que lo hiciera se había ya puesto de pie, y medía á pasos agitados la habitación, en tanto que el Doctor, como si esto le ayudara á oir mejor, se había arrancado la empolvada peluca y se nos exhibía allí, haciendo una figura extrañísima, con su propio pelo negro, cortado á peine, como se dice en términos de barbería.
Al fin el Inspector Dance concluyó su narración.
—Sr. Dance, dijo el Caballero, es Vd. un hombre de muy noble corazón. En cuanto al hecho de haber atropellado á aquel perverso lo considero, señor mío, como un acto meritorio, tal como el pisar sobre una alimaña venenosa. Y por lo que hace á este buen mozalbete Hawkins, él ha sido “triunfos” en este juego. Vamos, chicuelo, ¿quieres hacer el favor de tirar el cordón de esa campanilla? Es preciso que obsequiemos al Sr. Inspector con un buen vaso de cerveza.
—Por lo visto, Jim, ¿tú crées tener en tu poder lo que esos malvados buscaban? interrogó el Doctor.
—Aquí lo tiene Vd., dije alargándole el paquete envuelto en tela impermeable.
El Doctor lo tomó y le dió vueltas y más vueltas, como si sus dedos danzaran con la impaciencia nerviosa de abrir aquello; pero en vez de hacerlo así, depositó el paquete tranquilamente en su bolsillo.
—Caballero Trelawney, dijo, así que el Sr. Dance haya tomado su cerveza, tiene, por fuerza, que salir de nuevo al servicio de Su Magestad; pero en cuanto á Jim, me propongo hacerlo que se quede esta noche á dormir en mi casa, así es que con su permiso, propondría yo