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CaNTO DÉCIMO

vados. Circe invitóme á comer, pero no le plugo á mi ánimo y seguí quieto, pensando en otras cosas, pues mi corazón presagiaba desgracias.

375 »Cuando Circe notó que yo seguía quieto, sin echar mano á los manjares, y abrumado por fuerte pesar, se vino á mi lado y me habló con estas aladas palabras:

378 «¿Por qué, Ulises, permaneces así, como un mudo, y consumes tu ánimo, sin tocar la comida ni la bebida? Sospechas que haya algún engaño y has de desechar todo temor, pues ya te presté solemne juramento.»

382 »Así se expresó; y le repuse diciendo: «¡Oh Circe! ¿Cuál varón, que fuese razonable, osara probar la comida y la bebida antes de libertar á los compañeros y contemplarlos con sus propios ojos? Si me invitas de buen grado á beber y á comer, suelta mis fieles amigos para que con mis ojos pueda verlos.»

388 »De tal suerte hablé. Circe salió del palacio con la vara en la mano, abrió las puertas de la pocilga y sacó á mis compañeros en figura de puercos de nueve años. Colocáronse delante y ella anduvo por entre los mismos, untándolos con una nueva droga: en el acto cayeron de los miembros las cerdas que antes les hizo crecer la perniciosa droga suministrada por la veneranda Circe, y mis amigos tornaron á ser hombres, pero más jóvenes aún y mucho más hermosos y más altos. Conociéronme y uno por uno me estrecharon la mano. Alzóse entre todos un dulce llanto, la casa resonaba fuertemente y la misma deidad hubo de apiadarse. Y deteniéndose junto á mí, dijo de esta suerte la divina entre las diosas:

401 «¡Laertíada, de jovial linaje! ¡Ulises, fecundo en recursos! Ve ahora adonde tienes la velera nave en la orilla del mar y ante todo sacadla á tierra firme; llevad á las grutas las riquezas y los aparejos todos, y trae en seguida tus fieles compañeros.»

406 »Tales fueron sus palabras y mi ánimo generoso se dejó persuadir. Enderecé el camino á la velera nave y la orilla del mar, y hallé junto á aquélla á mis fieles compañeros, que se lamentaban tristemente y derramaban abundantes lágrimas. Así como las terneras que tienen su cuadra en el campo, saltan y van juntas al encuentro de las gregales vacas que vuelven al aprisco después de saciarse de hierba; y ya los cercados no las detienen, sino que, mugiendo sin cesar, corren en torno de las madres: así aquéllos, al verme con sus propios ojos, me rodearon llorando, pues á su ánimo les produjo casi el mismo efecto que si hubiesen llegado á su patria y á su ciu-