me fui de la plaza de Santa Ana a la de las Cortes. Se efectuó esta movilización para poner sitio a los batallones primero y segundo de Milicianos realistas del distrito del Centro, mandados por Simón Pérez, dueño del Bazar de la Unión, y por Martínez Brau, propietario de una famosa pescadería de la calle Mayor, que estaban desde por la mañana dentro del palacio de Medinaceli. Ocuparon los republicanos el marmóreo portal anchuroso, tomando posiciones a lo largo del edificio hasta el Prado, y en la calle de San Agustín y plazuela de Jesús. El enemigo quedó embotellado perfectamente. No debía de tener muchas ganas de romper las hostilidades: apenas veíamos asomar tímidamente algún quepis por las bohardillas o ventanas altas.
En esto llegó Estévanez y con él me colé en el Congreso, donde los individuos de la Permanente celebraban sesión en franca rebeldía contra el Gobierno. Apenas entramos, un diputado dijo a don Nicolás: «Los rebeldes no somos nosotros; lo es el Gobierno. Si lo fuéramos nosotros, ahora mismo nos apoderaríamos de usted». Tranquilo y sonriente contestó el Gobernador: «Eso es lo que yo quisiera, porque acabo de hacer testamento, y no tardarían en venir diez mil hombres a sacarme». Dicho esto entró a ver al Presidente de la Asamblea, don Francisco Salmerón, ofreciéndole fuerzas de la Guardia Civil para custodiar la Cámara. No fue aceptada la oferta.