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CAPÍTULO XXVI.

47 Aun no habia acabado de decir esto, cuando llegó Júdas, uno de los doce, seguido de gran multitud de gentes armadas con espadas y con palos, que venian enviadas por los príncipes de los sacerdotes, y Ancianos ó senadores del pueblo.

48 El traidor les habia dado esta seña: Aquel á quien yo besáre, ese es, aseguradle.

49 Arrimándose pues luego á Jesus, dijo: Dios te guarde, maestro. Y le besó.

50 Díjole Jesus: ¡Oh amigo [1]! á qué has venido aquí? Llegáronse entónces los demas, y echaron la mano á Jesus, y le prendieron.

51 Y hé aquí que uno de los que estaban con Jesus, tirando de la espada, hirió á un criado del príncipe de los sacerdotes, cortándole una oreja.

52 Entónces Jesus le dijo: Vuelve tu espada á la vaina; porque todos los que se sirvieren de la espada por su propia autoridad, á espada morirán.

53 ¿Piensas que no puedo acudir á mi Padre, y pondrá en el momento á mi disposicion mas de doce legiones de ángeles?

54 Mas ¿cómo se cumplirán las Escrituras, segun las cuales conviene que suceda así?

55 En aquella hora dijo Jesus á aquel tropel de gentes: Como contra un ladron ó asesino habeis salido con espadas y con palos a prenderme: cada dia


  1. Con la palabra amigo le echa Jesus en rostro irónicamente su horrorosa ingratitud ó felonía