Página:La ciudad de Dios - Tomo I.pdf/100

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
82
San Agustín

y do de su religión y dándoles á entender que de nada les sirvió para eximirse de tales infortunios, como ni tampoco á las mujeres virtuosas y honestas que padecieron fuerza, siendo así que ellos son torpes é infames por sus costumbres y conducta, en lo que degeneran de aquella decantada virtud romans, de donde se precian descender; y mucho más desdicen con sus operaciones de ser dignos sucesores de aquellos ínclitos romanos, de quienes refieren las historias acciones famosas, características solamente á una virtud sólida y elevada; lo que es más, caminando como caminan estos tales, por una senda bien distante á la que siguieron sus mayores para obtener una perpetua gloria, han reducido á lá antigua Roma (fundada en la diligencia de los antiguos, fomentada y acrecentada con su industria y valor) á un estado más deplorable y abominable que cuando el enemigo la arruinó, porque en su ruina cayeron solamente las piedras y los maderos, y en la que éstos la han preparado han caído por tierra todos los más vistosos editicios y ornamentos, no de los muros, sino de las costumbres, haciendo más daño en sus corazones el ardor de sus sensuales apetitos que el fuego en los edificios de aquella ciudad, y con esto concluí el primer libro. Ahora expondré todas las calamidades que ha padecido Roma desde su fundación, así dentro de ella como en las provincias sujetas á su imperio; todas los cuales ciertamente las atribuyeran á la religión cristiana, si entonces la doctrina evangélica predicara libremente contra sus falsos y seductores dioses.